SIETE ERRORES QUE MINAN EL MATRIMONIO




Jamás imaginó que pudiera ocurrir. Estaba sorprendida. Un súbito mareo estuvo a punto de llevarle a perder el equilibrio. El mundo alrededor daba vueltas, como si se tratara de un carrusel.
--Su esposo no está peleando porque le dejen el apartamento y el auto; sólo quiere el divorcio—
--No puede ser cierto—dijo Lorena mirando al abogado, sin dar crédito a lo que escuchaba--: Esto tiene que ser una equivocación…--musitó, todavía presa del desconcierto.
--Sí, si puede ser- Aquí están los documentos--, explicó el jurista extendiéndole los oficios.
En cuestión de segundos recordó cuando se conocieron. Fue un domingo en la tarde, en el Parque de las Banderas. "Algo coincidencia—explicaría Ricardo mucho después--: Solía ir al caer la tarde, por la brisa. Era delicioso. Nos vimos en el dispensador de refrescos. Le cedí el turno y ella quedó impactada por lo que decía, era mi gentileza".
Lo demás se produjo por inercia, como las aguas intempestuosas de una catarata. Compartieron sus números de teléfono celular. Prometieron llamarse, y lo hicieron. Demasiado simple para ser el comienzo de una historia de amor; pero así fue.
Lorena jamás olvidaría el día que le pidió que se casaran. Estaban junto a una fuente de agua. Arrojó una moneda, cerró los ojos y luego, con una sonrisa, dijo: "Estoy seguro que el deseo que acabo de pedir, se cumplirá".
--¿Cuál es, dímelo?—inquirió ella, dominada por la curiosidad.
--Después, deja la ansiedad—dijo Ricardo con una sonrisa pícara.
--No, no, dímelo ahora, por favor…--insistió Lorena tierna que siempre lo enterneció.
--Está bien, está bien... ¿Quieres casarte conmigo?--, y se quedó mirándola fijamente, expectante por su respuesta.
--Claro que sí, Ricardo. Sabes que te amo muchísimo...--
Fue el comienzo de una relación matrimonial que duró tres años, dos meses y catorce días. Ahora se había roto. Frente al abogado, en una fría oficina del edificio más alto de la ciudad, Lorena sólo se atrevió a preguntar: "¿En qué momento nuestro matrimonio se convirtió en un infierno?", se repetía.
Las crisis matrimoniales no son repentinas
Contrario a lo que muchos se inclinan a pensar, las crisis y eventual ruptura en el matrimonio no se produce en un abrir y cerrar de ojos. Obedece aun proceso que integra una sumatoria de errores—muchos de los cuales pueden advertirse con el paso del tiempo—que conducen a la postre al rompimiento.
¿Es posible evitar la debacle?, se preguntará, sin duda; y la respuesta es un categórico sí. Si se puede hacer algo antes que el matrimonio se encamine al abismo, llegando a ese límite irreversible en el que, a menos que intervenga Dios, nada se puede hacer.
Comparto con usted siete errores comunes que ponen en peligro la relación de pareja. Si los tenemos en cuenta y con la ayuda del Señor Jesucristo, nos aprestamos a aplicar los correctivos necesarios, sin duda nos evitaremos muchos dolores de cabeza y consecuencias traumáticas en la vida sentimental:
1. Ocultarle al cónyuge los problemas
Cuando Dios creó al hombre y la mujer, dispuso que fueran uno solo: "Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su cónyuge para formar un solo cuerpo" (Génesis 2:24; 1 Corintios 6:16 b; Efesios 5:31.)
Cuando se vive en pareja, no está bien que ocultemos las dificultades que enfrentamos o incluso, los sentimientos encontrados o disgusto que sentimos por el cónyuge. Guardarnos lo que experimentamos en el corazón no contribuye a edificar sino que socava la relación. Cuando no podemos resolver conflictos, es imperativo que vamos a Dios en oración, poniendo en práctica la recomendación del apóstol Pedro: "Así que pongan sus preocupaciones en las manos de Dios, pues él tiene cuidado de ustedes" (1 Pedro 5.7.)
Contarnos cómo nos sentimos, expresar sin ambages lo que nos aqueja o preocupa, es clave en el matrimonio.
2. No compartir actividades juntos
Resulta sorprendente que en el período de noviazgo nos damos a la tarea de descubrir cuáles son los pasatiempos, aficiones y gustos de la otra persona para complacerle; sin embargo, cuando no compartimos la vida juntos, abrimos las puertas al distanciamiento.
Cada uno define su propia agenda de ocupaciones y deja de lado lo que otrora fuera motivo de unidad: caminar juntos de la mano, sin rumbo fijo; ver una buena película o programa en la televisión; escuchar música o compartir una buena comida. Pareciera que en el presente nada tiene sentido.
La excusa más frecuente es: "Otro día encontraremos tiempo para eso." Y generalmente ese día nunca llega.
La rutina no debe afincarse en nuestra relación. Es aquí donde viene a mi memoria aquél pasaje bíblico: "Dios ha visto lo que han hecho todos ustedes: Cuando eran jóvenes, se casaron y comprometieron a ser fieles a su esposa. Pero no han cumplido en su compromiso. Nuestro Dios nos creó para que fuéramos un solo cuerpo y un solo espíritu…" (Malaquías 2:14, 15.). Dios no nos concibió para vivir solos. Al unirnos a otra persona, reviste mucha importancia el que compartamos tiempo juntos.
3. Predisponernos contra el cónyuge
¿Ha llegado a pensar que un error que cometió su cónyuge fue deliberado?¿Quizá algo que hizo o dijo, considera que tenía el propósito de provocarle u ofenderle? Posiblemente se haya predispuesto con su pareja, y esa actitud es altamente perjudicial en la relación porque le atribuye al otro errores premeditados para causarle daño. Desencadena heridas y distanciamiento.
Hay Una recomendación de Dios para su pueblo que no podemos olvidar jamás: "Ustedes deben tratar a los demás con justicia, amor y compasión" (Zacarías 7:9,).
El Señor Jesús por su parte enseñó: "No se conviertan en jueces de los demás, y Dios no los juzgará a ustedes. No sean duros con los demás, y Dios no será duro con ustedes. Perdonen a los demás y Dios los perdonará a ustedes" (Lucas 6:37, Traducción en Lenguaje Actual)
Resulta curioso que interpretamos como ataque lo que nos dicen o hacen los demás y que en muchos casos no tienen ese propósito. Al guardar prejuicios contra el cónyuge, concebimos en la mente hechos que jamás tuvieron esa motivación. La recomendación entonces, es que piense cuidadosamente antes de actuar.
4. Dejar de lado la ternura
¿Recuerda la primera vez que tomó a su hoy cónyuge de la mano? ¿O quizá el primer beso? Sin lugar a duda fueron momentos inolvidables. Creo que para todos lo han sido. Pero igual, pareciera que terminamos olvidándolos. Es lamentable pero real.
Si hay algo que jamás debemos llevar al baúl del pasado es la ternura, las demostraciones de amor, afecto y cariño, jamás deben morir.
Hay una recomendación a los cristianos del primer siglo que cobra especial vigencia en nuestro tiempo: "En cuanto a ustedes los esposos, sean comprensivos con sus esposas. Reconozcan que ellas no tienen la fuerza de ustedes, pero también a ellas Dios les ha prometido la vida eterna. Si ustedes lo hacen así, Dios escuchará sus oraciones" (1 Pedro 3:7, ).
Es una recomendación, también, para las esposas, aunque por su misma naturaleza la mujer tiene mayor tendencia a la ternura. ¡Jamás imaginará lo que produce una caricia en su pareja! No pierda la inclinación a expresar el amor.
5. Guardar el enojo, odio o resentimiento
Una mezcla destructiva en el ser humano es dar cabida al enojo, el odio y el resentimiento. Cuando trasladamos estos sentimientos encontrados a nuestra pareja, nos causamos daño y también a él o a ella.
El Señor Jesús es claro al recomendarnos: "Pero ahora yo les aseguro que cualquiera que se enoje con otro tendrá que ir a juicio. Cualquiera que insulte a otro será llevado a los tribunales. Y el que maldiga a otro, será echado en el fuego del infierno" (Mateo 6:21, 22. ).
Hay además un principio de vida sobre el que debemos tener especial cuidado: "Si se enojan, no permitan que eso les haga pecado. El enojo no debe durarles todo el día, no deben darle al diablo oportunidad de tentarlos."(Efesios 4:25,), y un poco más adelante leemos: "Dejen de estar tristes y enojados. No griten ni insulten a los demás. Dejen de hacer el mal. Por el contrario, sean buenos y compasivos los unos con los otros, y perdónense, así como Dios los perdonó a ustedes por medio de Cristo" (Efesios 6:31, 32,).
Quien se causa daño al odiar y guardar sentimientos encontrados contra alguien, es aquél que abre su corazón para anidar esa manifestación de mal en su ser. Y muchísimo más perjudicial, cuando el blanco del odio y resentimiento es el propio cónyuge.
6. Falta de comunicación
El diálogo es fundamental en el proceso de interactuar con los demás, y de especial significación, al interior de la pareja. No obstante, es necesario que midamos cada palabra. El rey Salomón escribió: "Cada uno recibe lo que merecen sus palabras y sus hechos" (Proverbios 12:14, y también anota: "El que habla sin pensar hiere como un cuchillo, pero el que habla sabiamente sabe sanar la herida." (Proverbios 12:18,).
Cuando nos comunicamos con nuestro cónyuge, edificamos o afectamos negativamente su vida. El qué y el cómo lo hacemos, es responsabilidad de cada quien; por ese motivo, debemos ser muy cuidadosos. Andar con pies de plomo al hablar. Una invitación importante es a que revise los niveles de comunicación que mantiene con su esposa o esposo. Si considera que interactúan poco, es hora de que—con ayuda de Dios—comience a aplicar los correctivos necesarios.
7. Recurrir a las ironías y las indirectas
Con frecuencia y con el propósito de expresar su molestia, algunos de los cónyuges recurren a las indirectas y a los mensajes cargados de ironía. ¡Tremendo error! Obrar así no hace más que avivar las diferencias y abrir una enorme brecha que impide el entendimiento.
Abordar este aspecto es de suma trascendencia en la relación de pareja. El rey Salomón nos instruyó: "Cuando los sabios hablan, comparten sus conocimientos; cuando los tontos hablan, solo dicen tonterías" Proverbios 15:2,). También podemos leer en las Escrituras que Quien piensa bien las cosas se fija en lo que dice; quien se fija en lo que dice convence mejor. Las palabras amables son como la miel: endulzan la vida y sanan el cuerpo"(Proverbios 16:23, 24, Traducción en Lenguaje Actual)
Cuídese para que no caiga en la ironía al hablar. Hiere susceptibilidades y levanta enormes barreras en las relaciones interpersonales. Es doloroso para su cónyuge. Exprese lo que siente, pero midiendo cuidosamente lo que dice y lo que hace.
Unas recomendaciones finales
La solidez en el matrimonio se construye día a día. Con ayuda del Señor Jesucristo se afianza y nos permite sobreponernos a cualquier situación adversa. "Cuando vino una inundación, la corriente de agua pegó muy fuerte contra la casa, pero la casa no se movió, porque estaba bien construida" (Lucas 6:48 b.).
En el camino de cimentar una buena relación matrimonial es importante tener en cuenta:
a. Guardar respeto por el cónyuge. Cuando cruzamos esa frontera, la relación comienza a resquebrajarse.
b. Si hay una discusión, no rete a su pareja; si lo hace, puede desatar un episodio de agresión física o verbal.
c. No almacene en su corazón la inconformidad o disgusto que siente. En cualquier momento puede estallar y terminará hiriendo a su cónyuge.
d. No culpe a su esposo o esposa de lo malo que le ocurre. Lo aconsejable es que no descargue en él o en ella su frustración o molestia.
e. Asuma en su vida tres principios valiosos, aplicables por supuesto a la relación de pareja: comprensión, flexibilidad y tolerancia. Son esenciales en el proceso de construir una relación sólida.
Si atraviesa un período de crisis en su relación matrimonial, revise con cuidado la situación; evalúe en qué pudo fallar y dispóngase, con ayuda de Dios, a aplicar correctivos. Recuerde que si queremos un matrimonio de éxito, es necesario que le demos el primer lugar al Señor Jesucristo. Él es quien nos conduce a la victoria. Por eso es aconsejable que si no lo ha hecho, reciba hoy a Jesús en su corazón como único y suficiente Salvador.

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